viernes, octubre 13, 2006

Experiencias

Aunque este es un blog –esencialmente- de poesía, hoy se nos ocurre incluir algo de prosa. Pero no se trata de un cuento, ni un relato. Es ¿apenas? una crónica de una experiencia. Lo que en este caso equivale a decir un canto a la vida, que no es poca cosa.
Decir que el Chelo fue papá (o que Sil fue mamá, que es lo mismo) es como decir que gran parte de los que visitamos o colaboramos con este blog tenemos un nuevo sobrino. Porque ambos son esa clase de gente casi inexistente; una suerte de garrapatas al revés, que una vez que se te pegan difícilmente te las quieras sacar de encima, porque no dejan de inyectarte sangre nueva.
Pero como este es un blog machista, hoy incluímos el lado paterno del parto, quedando a la espera de poder compartir la visión materna.
Gracias Chelo y Sil por seguir dando aportes concretos a la poesía patagónica. Es cierto que puede tomarse como una felicitación aventurada dada la tempranez de los vástagos; pero “difícilmente de una sangre pareja salga la cría cambiada” como diría Larralde.

Felicitaciones, Alfredo y Dante
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El lado paterno de un parto

La “futura” mamá del Mati me agarra fuerte las manos y me dice: ahí viene otra. Bueno, para eso estamos acá, le digo. Cierra los ojos y algo que siente allá abajo le transforma la cara ¿Qué querés hacer? pregunta la doctora ¿Querés pujar? No sé, grita ella. La veo retener la respiración hasta ponerse colorada. Parece como si se fuera a ahogar. No me aguanto y le hablo: Respirá le digo. El aire sale de su boca de a pedacitos. El dolor pasa. Fue brava ésa, le digo. Si, contesta, y tira una risita. Hace media hora más o menos que siente contracciones seguidas. Las siente venir. ¿Cómo será? ¿De dónde “vienen”? Le agarro fuerte las manos y trato de imaginarme qué es lo que siente. Trato de sentirlas a través de sus manos. Y para mi sorpresa, lo hago: siento la tensión. Es como si yo también las recibiera; obvio que no de la misma forma (menos mal), pero también las recibo. Ahí viene otra. Que venga nomás, le digo, y nos preparamos. La cara se le transforma de nuevo. Se pone roja. Y grita. Ya pasa, ya pasa, digo yo. ¿Qué hago? ¿Empujo? le pregunta a la doctora. Aguantá un poco… ¡No puedo, no puedo…! dice de pronto, asustada. Entonces la doctora llama a la enfermera. ¡La camilla! Creo que antes también la había llamado. ¿Por qué no viene? Parece que hay otros bebés naciendo a esta misma hora y no hay lugar. Entiendo el susto de la mamá del Mati: ella está sintiendo que ya sale… ¡y aún estamos en la habitación! En la cama vecina hay una mamá. También está su beba en una cunita de plástico. Acá está la mamá del Mati, al lado la doctora. Todas mujeres; menos yo y el Mati. Que ya nace. Nadie me lo dice, pero me doy cuenta. Va a nacer acá. En la cama de la habitación. Me aprieta fuerte las dos manos. ¿Qué hago, qué hago?, pregunta otra vez a la doctora. Aguantá, le dice la doctora, aguantá mamita un poquito que viene la camilla. No puedo ¡Tengo ganas de pujar! Está bien, dale: nace acá. Si te da cosa, date vuelta mi amor, le dice la doctora a la mamá de al lado. Ninguna camilla, ninguna sala de parto, nace acá. Vamos, vamos. Le agarro fuerte las manos. Vamos. Dale. Tranquila que lo estás haciendo bien, dice la doctora. Yo la miro y por esas cosas extrañas que tiene la cabeza me cuelgo con la blusa que tiene puesta la doctora. Está llena de flores estampadas. Rojas, rosadas, amarillas. Pienso que es una buena blusa para recibir a un bebé. Mucho más linda que las aburridas y pálidas chaquetas de la sala de parto. ¡Vamos, vamos que ya nace!. Al pensar en la sala de parto me pregunto si acá las condiciones serán las adecuadas. Por la higiene, digo. En la sala de parto te ponen barbijos, chaquetas, hay un pediatra, enfermeros. Acá nada. También pienso que a esta altura, con el Mati asomando la cabeza, eso importa menos que la blusa primaveral de la doctora. Vamos, mamita, vamos. Alcanzo a escuchar a la mamá de la cama de al lado, que se copó y también alienta. Ella me había contado que con nueve de dilatación no se había animado a pujar, y que finalmente su beba había nacido por cesárea. Vamos, ahí nace, ahí nace. La mamá del Mati pega un grito que más que grito es una exhalación, el Mati sale (nace-es dado a luz-asoma-es tenido) y yo siento a través de las manos como todo el cuerpo se le afloja. Su boca, abierta por ese último grito, se transforma en una sonrisa única, y su cara también se transforma, y sus ojos brillan, y su expresión es tan fantástica, tan brillante, tan… maternal, que pagaría por verme la mía. ¿Tendré una expresión “paternal”?. ¿…O de horror…?. ¿O las dos cosas? Nunca lo sabré. La enfermera, que dejó la inútil camilla en el pasillo y ya entró, le pone una manta rapidito y salpicado, pegote y chorreando, se lo da a la madre que rápidamente lo agarra y lo abraza canchera, como si hiciera esto todos los días. Y ahí veo el cordón umbilical. Qué cosa rara. Parece de plástico. Me pregunta si quiero cortarlo yo. ¿Qué? No, ni loco, le digo. Córtelo usted. Usted es la doctora. Yo no. Yo miro.
En ese momento me doy cuenta de que la cámara con la que yo quería filmar el parto aguardaba apagada dentro de su funda.
Después, cuando termino de temblar, salgo a la calle y veo a la gente que va y que viene, veo a padres y madres y niños caminando por la calle, y por alguna razón me siento distinto a todos ellos. Vengo de vivir una experiencia tan increíble, tan única, tan mágica, que me cuesta creer que pase a diario.

El papá del Mati

2 comentarios:

Diluvio dijo...

hola papá de El Mati,

Tu relato me puso la mano transpirosa. Mi sra. está de 7 meses y tengo la pulsión que puede nacer en cualquier momento y quedó tildado (o cagado de espanto).

Un abrazo y muy bien por uds,

Rodolfo

Anónimo dijo...

Nunca comentaste si salió parecido.
papa del mati