sábado, septiembre 23, 2006

Vendas & gasas

tomás watkins



I

2004,
ahí me di cuenta:
los viajes, el frío,
el vino. Los golpes
a uno mismo
dado
vuelta. Las manos rotas,
temblando, el pie sangra
y la jefa de guardia me insulta,
–borracho,
con los casos serios
que hay.


II

Comienza de pibe
con perros que te muerden,
con laderas de bardas rojas
donde nos tirábamos
sentados en cartones,
la risa desbocada y la mente
haciéndose agua.
Más tarde empecé a robar
nostalgia a las tardes, al cine,
a los libros que leía por única vez
y perdía.


III

Pocos años de vida y se veía venir,
tanta sed de cosas rápidas,
el alcohol esperando
ahí afuera.
Y la plata para las vendas,
y la plata para el cartel
que rompí a trompadas
una noche de whisky.
Entonces el juzgado,
de testigo, de acusado,
víctima siempre
y la doctora que no logra
mi redención.
Ella y sus piernas,
sus pechos enormes,
masticando chicle
jurídicamente.
Me aconsejaron
que no la dejara
hasta que todo se calmara;
no pude hacerlo.

Todavía
no termina.


IV

Debe haber empezado
aquella tarde
cuando no llamé a mi viejo
para el cumpleaños.
Que no me preocupara,
que estaba bien, de viaje,
tranquilo.
Dos días más tarde
lloré.
Por la inclemencia,
el tiempo perdido.
Mi viejo trajo ese libro
gordo con un cuento
para cada día del año,
nos lo leía al Pablito
y a mí [Belcebú
lo tenga en la gloria,
se fue
a una ciudad colorada
a vender algo
y lo vendió todo];
jugábamos al fútbol y leíamos,
qué magia de pibes.
Salvo el Luigi:
años después
apareció de policía
al que le pesa
la camiseta,
nos dijo –qué bueno verlos
y nos pidió
que dejáramos de fumar,
que había chicos.



V

Ahora que lo pienso
estaba Natalia,
aquella chica a quien culpé
de mis primeros cigarrillos.
Cuando mis viejos me preguntaron
dije que estaba dolido,
que ya era tarde.
Tomábamos té
con facturas o masas,
15 verdes años:
ella
eligió.


VI

O empezó cuando Aylén dijo
que los poetas somos
un poco más lentos,
aquella tarde lluviosa
que perdí mis palabras
tratando de armarle
el corpiño.
Ahora cambió el discurso
y cría a su hija
lejos del pibe que la golpeaba,
que también mordió a Delfina
en la frente y una vez
me gritó –¡no te metas
en mi vida!
Debí romperle la cara,
estábamos justo
enfrente de la farmacia
donde me conocen.
Son cosas que pesan
por no ser santos, por guardar
la intención y el deseo
para un momento ideal.
[En el libro
de ese pibe decía
“matar: quitar la posibilidad
de las miserias y conquistas,
de lidiar con la resaca,
la oportunidad.”
Una mierda, la crónica.]
Cuando pasa tiempo
y no veo a este sujeto
fascinante y violento
me siento intranquilo;
pienso en la nueva
víctima, en su casa,
los seres queridos.


VII

Los viajes trajeron
de nuevo el aire fresco
que reinaba en la plaza,
cuando creía que el mundo
consistía en hacer goles.
Viajar es bueno, una vez
miré a una mujer a los ojos
y me vi mirando a otra mujer
a los ojos, en otro lugar,
no hace tanto.
Alguna de ellas me dijo
–tenés talento
para los finales. El viaje
hace bien, y olvidar.
Después la vuelta, tener que volver
con frío, calor, película
o baño abajo y accesorios, dice Raúl
en ese texto áspero y dulce,
naranja con vodka.
Chatarra, chatarra en los pueblos
del regreso,
chatarra somos
aguantando el peso
de la cara oxidada.


VIII

No empezó ahí, es cierto,
pero la Biblioteca fue mi faro,
un pararrayos, el manantial.
Las socias se acercaban salvajes
en la escasez de la tarde
y reían.
¿Qué fue de la gordita
con trenzas que batió
el récord de permanencia
en sala? ¿y de las otras dos,
en eterna maniobra?
¿De qué se reían?
Ahora las cosas cambiaron
pero ellas están frescas,
en estación,
como en un poema
de otro.


IX

Escribo mientras la gente
se va quedando dormida;
los colectivos tienen luces
dentro y fuera.
Escribo porque ahora no tengo
las manos vendadas,
estoy en paz.
No puedo recordar
tantos viajes, tal vez lleve
fragmentos, esquirlas,
dos líneas, el vino
inconstante, las señoras
inmortales
leyendo poemitas
para sus nietos, egoístas.

Y el calor, la humedad,
lluvias torrenciales y uno siempre
distinto en los recuerdos,
en las cosas que dejamos
o no tenemos
y el clima despacio
se mete en las letras.


X

“Siempre la misma cantinera,
siempre la misma canción”
en el anfiteatro donde aterricé
de cabeza y le dije a una mujer
que no estaba en oferta; di un paso
en falso desafiando la noche:
el pasto y los vidrios
en mis dedos.
Vendas & gasas,
barata la caída,
un clavado sin agua
para satisfacer al mareo.
–Cuidate, la garganta es débil
me dijo mi viejo.
Pelado, me hubieras visto,
tan prolijo venía
con los codos morados
de sangre, de vino,
de noche en el piso
y la agüita, el rocío
en la espalda del Seba
con raíz en el pasto.


XI

Vuelvo en forma de prosa, –¡Ja!
dijo ella, –¡vos no podés
volver en forma de prosa!
Pero vine,
vine en forma de prosa
y escribo la sangre de mis amigos
que no puedo traerme; escribo
la muerte de las mujeres
de mis amigos que no puedo
traerme; escribo el recuerdo
de las mujeres muertas
cuyas manos siguen cubriendo
a mis amigos que no puedo traerme;
en Chile o en Bahía Blanca, de poesía
o de cáncer, la muerte nos muerde
los labios cada vez que amamos
el vino, el vodka, la birra de Ale
y el idiota que dijo –¡porro! bien fuerte
para que no fumemos más,
y callemos.


XII

Debió comenzar
de un momento a otro,
tortura o suerte; pero debe
terminar. Se cansan las ventanas,
los cordones, las salas de espera
de habitaciones blancas.
Hoy no soy más grande, no he cambiado,
me voy a cortar
el pelo y aprendí cuánto tarda
en curar cada herida:
la de los pies
molesta tanto
que no podés
escapar;
la de las manos
siente vergüenza.
Hay otra,
más profunda y secreta;
tanto
que ya no duele.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bella y elegante la mano del joven, vendado.
¿Dónde eres? ¿Quién?

Dante dijo...

My lady: Tomás watkins es neuquino, su mail es tomaswatkins@yahoo.com.ar
saludos.

Anónimo dijo...

ay, tomàs...!!! flashiè como perra con tu decir. me gustarìa conocerte. una pregunta: ¿por casualidad sos gordo?
besos